Con María en la Iglesia por un mundo nuevo
Líneas de espiritualidad mariana
“No os llamo ya siervos, sino amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre
os lo he dado a conocer” (cf. Jn 15, 15).
El Movimiento “A.M.” (= Amigos de María) con su preciso objetivo sintetizado en el lema: “Con María en la Iglesia por un mundo nuevo”, ha surgido en un clima nuevo y en un nuevo contexto histórico y eclesial con relación al pasado:
- el contexto que hace del mundo cada vez más una sola familia, implicada en los problemas de la promoción de la dignidad humana y del futuro de la tierra;
- el contexto que muestra la Iglesia como sacramento universal de salvación y signo de unidad de todo el género humano (cf. Lumen Gentium, nn. 1.48);
- el clima que indica a cada persona su responsabilidad de protagonista de la historia y lo invita a actuar siempre más activamente y con incisiva presencia;
- el contexto teológico, que redescubre también en María la plena pertenencia al género humano y a la Iglesia, en cuanto “tipo de la Iglesia”, “miembro eminentísimo”, “modelo de virtudes para los fieles”, “Madre de la Iglesia”, hasta el cumplimiento del Reino;
- el contexto cultural, que pone en el centro del vivir y del actuar a la persona humana, misterio que une el mundo de la materia al del espíritu, lo mortal y lo inmortal, el presente proyectado hacia el futuro…
Origen
El Movimiento “A.M.” surgió de una inspiración, la mañana del 25 de marzo de 1978, día de la Anunciación del Señor y - aquel año - Sábado Santo: el día de los dos “Sí” de María: el de la Encarnación, lleno de éxtasis, y el de la desolación- pero con indudable fe en la Resurrección- de la muerte del Señor; ambos por nosotros. En estos dos momentos generadores de la vida y de la historia, María actuaba como representante: en la Anunciación representaba a Israel y a todo el árbol humano decaído y corrupto, que en Ella Inmaculada se abría a Dios que venía para renovarlo; en el Sábado Santo- espacio de silencio y de fe implorante- representaba a la Iglesia que en ese día estuvo en Ella y se recogió únicamente en su fe.
La inspiración decía: “¿Porqué no dar vida a un gran movimiento de fieles, que se comprometan a trabajar activa e intensamente con María, la Madre de los vivientes y del mundo, a favor de su misma causa, a favor del nuevo mundo que Dios ha prometido y no faltará de crear en Cristo, para la historia de hoy y del mañana eterno de todos? De hecho, el Padre celestial la ha colocado en el centro de su único designio de salvación, y a Ella Cristo muriente le ha confiado en el discípulo su Iglesia y la humanidad redimida”.
En aquel mismo día se configuraron algunas líneas teóricas y operativas del Movimiento.
El nombre
El nombre manifiesta, en cierto modo, el estilo de pertenencia y de colaboración a favor de la causa de la Virgen-que en definitiva es la causa de Dios, de la Iglesia y del mundo-, en el único insustituible misterio de Cristo, único Salvador y única salvación del mundo: un estilo que empeña profundamente, a tiempo pleno, a cualquiera que lo desee, en constante actitud de disponibilidad y de acción a favor de la causa que se quiere vivir, organizar, difundir.
Muchos nombres han venido a la mente: nombres o inspirados a instituciones religiosas ya existentes en la Iglesia católica, o a organizaciones sociales, proletarias y políticas.
Pero ninguno podía expresar plenamente una relación tan singular y al mismo tiempo tan incluyente con María en su “misterio de amor maternal y de servicio” en la salvación del mundo. Finalmente, un rayo de luz vino de la lectura del Evangelio de Juan, especialmente de la Última Cena, en el capítulo 15, allí donde el Señor dice a los Apóstoles -después de haberles exhortado en el cap. 13 a hacerse “siervos” como Él hasta lavar los pies de los hermanos-:”Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo nunca sabe lo que suele hacer su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer. No me habéis elegido vosotros a mí; más bien os he elegido yo a vosotros”(Jn 15, 13-16) ¡Ser “amigos”! Amigos de Jesús, amigos de María, para conocer y compartir su servicio y su amor.
De aquí el nombre de “Amigos de María”: criaturas fieles a Ella, como Ella “comprometidas”, deseosas de hacerse protagonistas con Ella de una historia nueva, para cambiar el presente en un futuro divinamente mejor, esperado y preparado con trabajo incesante y empeño fuerte. Siempre “con Ella”, a su lado, con actitud madura, compartiendo plenamente sus pensamientos y sus proyectos maternos, con la humildad profunda del corazón que sabe que no se es nada, pero con la osadía que el Espíritu Santo suscita, sin ignorar que se es indispensable a Dios-porque Él así lo quiere- en una camino laborioso que tiene como denominador común la fe, no la evidencia, pero que precisamente por esto implica más valientemente a quien quiere comprometerse.
“Amigos” y siervos- como se ha hecho “siervo” Jesús, como Ella misma se ha proclamado “sierva” (Lc 1, 38)-: no angustiosamente necesitados de mostrar la propia acción y presencia, sino deseosos de ser y de estar presentes, en el surco del hoy y en la historia entera de la familia humana (pasado-presente-futuro), como Dios la ha querido en Cristo: estar activamente presentes en el proyecto de Dios, con los métodos de Dios y los valores de Dios: en los silencios interiores, en el orar, en el actuar, en el sufrir…y hacerse instrumentos suyos, cada vez más disponibles y adecuados-como María y con María-para la realización del proyecto del Amor divino: la nueva historia de la persona y del mundo.
“Amigos” y siervos: ni tiempo ni espacio podrán delimitar su actuar, suscitado y sostenido por el Espíritu de Dios, que es omnipresente y omnipotente, sin vinculación a los tiempos y a los ritmos de las criaturas.
De aquí, el campo de actividad: todo el mundo, toda la historia, cada persona. De hecho, en Dios, que es el Dios de los vivientes, no existe un pasado sepultado: quienes viven, viven en Él, en su eterno presente; y no existe propiamente ni siquiera un futuro, porque en Él ya está todo realizado, también lo que para nosotros será futuro en la sucesión de las generaciones y de los tiempos. En la historia de Dios, pues, se puede recoger todo en uno, y vivir juntos pasado-presente-futuro, hasta la realización final de la historia en el mundo.
Por lo tanto, el radio de la actividad proyectada a favor de “un mundo nuevo”, no tiene límites de tiempo y de espacio, porque se inserta en el actuar de Dios, se sintoniza con Él en Cristo, se alinea “con María”, la primera colaboradora de Dios, la siempre atenta y activa, en cuanto verdadera Madre de todos los hijos de Eva-y de cada uno-,hechos sus hijos en el Hijo por medio del Espíritu Santo.
De aquí, pues, la calidad del actuar, que tiene, por su misma naturaleza, una doble dimensión en los hijos de Dios: la dimensión humana y la divina. El compromiso entonces es el de hacer plenamente humano y plenamente divino el propio actuar.
- Plenamente humano, ante todo: dando intencionalidad y fuerza humana a cada acción, rectificando las intenciones, cualificando las motivaciones, haciendo que toda acción-dentro de lo posible- sea consciente y querida.
- Plenamente divino, luego, en una continuada sinergia y colaboración con la acción del Espíritu Santo que habita en nosotros y es el principio de nuestra vida sobrenatural y el “porqué” divino de toda acción meritoria.
Nos sintonizamos con la acción del Espíritu especialmente por medio del fervor de la fe y de la respuesta de amor: la fe, de hecho, nos mantiene activamente fundados en Cristo, de manera que cuanto hacemos, es Él quien lo realiza en nosotros; y el amor nos abre incondicionadamente a todo el proyecto salvador de Dios en Cristo, cada uno según la capacidad que el Espíritu le concede.
De esta manera, todas las acciones humanas, incluso las más humildes, pueden convertirse en divinamente eficaces en la medida de la fe y del amor sobrenatural que las inspira.
Así fue la vida de María, en las escondidas humildes acciones que la componen: un tejido de fe y de amor, que atrajo sobre sí la complacencia de Dios y la convirtió en instrumento de gracia y de misericordia para cada persona, en Cristo Redentor: en la sencillez delo diario vivió la inmensa grandeza del ofrecerse por todos.
De esta manera, todo “Amigo de María”, purificando las intenciones y corres-pondiendo con fe y amor al Espíritu, puede hacer de toda acción una presencia histórica en el proyecto de Dios.
Bajo esta luz se comprende el significado de la expresión: “Con María por…”, que indica la manera de actuar la orientación constante de la vida y de las acciones.
“Con María”
Nos ponemos “con María” no sólo en la línea de la imitación, sino también en la línea de la prolongación, con dos connotaciones: la connotación de hacernos como Ella, modelando los propios sentimientos y la propia vida sobre la suya, que es espejo evangélico de fe, esperanza, caridad, unión con Cristo y de todas las virtudes cristianas; y la connotación del actuar con Ella, sobre su mismo camino de acción, que es la causa de Dios sumamente amado, a quien ha dado respuesta y continúa dándola: “He aquí la esclava del Señor!” (Lc 1, 38).
Ahora se trata de asumir el estilo de su interioridad: su actitud de alabanza y agradecimiento; su actitud implorante, llena de todas las esperanzas del mundo; su actitud de perenne ofrecimiento del Hijo y de toda l bondad del mundo al Padre, y el ansia por la gloria de Dios y la salvación de la persona, que le arde en el Corazón.
Se trata también de asumir el estilo de su actuar externo: su capacidad de ver las necesidades ajenas y de darles respuesta con oportuna solicitud, con delicadeza virginal, con vigilante atención al equilibrio entre necesidades temporales y necesidades del Espíritu. Es suficiente contemplarla en la Visitación, en Belén, en Caná, en el Cenáculo…
La línea de la prolongación nos sumerge en María, pero también la sumerge en nosotros. Por esto cada uno de sus verdaderos “amigos” y siervos le piden insistentemente “su corazón para amar”, y que viva en ellos “su ansia de salvar”.
“En la Iglesia”
“Quiso (Dios) santificar y salvar a los hombres no individualmente y aislados, sin conexión entre sí, sino hacer de ellos un pueblo para que le conociera de verdad y le sirviese con una vida santa” (Lumen Gentium, n. 9): para esto Cristo instituyó la Iglesia, comunidad y comunión de los creyentes, su Cuerpo y su Esposa, la enriqueció con todos los dones y carismas del Espíritu Santo, y la constituyó sacramento universal de salvación para el género humano.
El cielo y la tierra participan en ella, la Iglesia: y de ella María, la Virgen Madre del Señor e inseparable heroica acompañante en toda la obra de la salvación, es al mismo tiempo miembro muy eminente y Madre amantísima (cf. Lumen Gentium, n. 53). Ella es, en cierto modo, “la Iglesia” en su plenitud de perfección (cf. Lumen Gentium, n. 65). Pero con ella - y nunca sin ella - cada uno de los fieles que viven de la gracia del Espíritu Santo, es en la Iglesia - cada uno según el don recibido y la propia correspondencia - “sacramento de salvación” para el mundo.
Con María, pues, “por”…
“POR”
Esta preposición condensa el más alto programa de vida. De hecho, la mejor manera de prolongar María es la de hacer propia y de vivir, en el misterio de Cristo y de la Iglesia, su maternidad. Es una idea ya antigua, de Ambrosio y de Agustín, recogida por el Vaticano II. Ahora, la maternidad de María con relación a Cristo Cabeza la involucró físicamente-moralmente-espiritualmente en su misterio; la maternidad de gracia hacia los miembros de Cristo, es decir, hacia todos los fieles e incluso hacia toda la humanidad, la involucra totalmente con ella en su historia, con todas las capacidades de la naturaleza y de la gracia que les son propias, y la involucra también como madre universal.
En su Corazón, dilatado por el Espíritu para una maternidad sin confines, están realmente presentes todos los hijos de Adán, como en un misterioso regazo de Nueva Eva, madre de todos los vivientes. Por lo tanto, su actitud de servicio al Padre y de consagración al misterio del Hijo es sustancialmente un servicio lleno y fiel a la causa de la persona con vistas a su realización integral de salvación: hoy sobre la tierra, y sobre todo en el mañana eterno.
Prolongar María, comprometiéndose con ella, significa, pues, asumir como fundamental para la propia vida y el propio actuar la dimensión de su maternidad: verlos a todos como hijos, con el ojo maternal y atento de la Madre. De este modo, nadie nos es anónimo, aunque innumerables personas pasan a nuestro lado.
Hay que acostumbrarse, pues, a ver cuanto más mejor, bajo esta dimensión de universalidad, con el corazón misericordioso y atento de María: ver lo que hace falta, las necesidades corporales, y más aún ver las necesidades espirituales, y dejarse involucrar, para venir al encuentro-en los límites de lo posible, con el estilo atento y delicado de la Virgen-a todos, sin exclusión alguna.
El medio primario para esta presencia activa y misericordiosa para con todos es nuestra vida. Empeñarse, pues, en convertirse en personas más verdaderas, cristianos más coherentes, en todas partes y precisamente por los hermanos, es el medio salvífico de mayor valor que tenemos a nuestra disposición.: porque el ejemplo atrae y el mérito salva. Viviendo integralmente el Evangelio, nos haremos “con María” y como ella, profetas y testigos.
De la vida cristiana vivida intensamente con María, brota también la fuerza de nuestro “actuar por”: sostenido por la fe, sabiendo que nada se pierde de lo que se realiza en Dios y con amor, la persona amiga y sierva de María se propone siempre: “alabar por”, “agradecer por”, “impetrar por”, “ofrecer por”, “sufrir por”, “expiar por”, “sacrificarse por”…
¿A quién se dirige este “por”? El movimiento “A.M.”, aún apreciando la actitud pasiva de quien lo pone “todo en las manos de María, para que ella, que lo conoce y lo ve, provea”, desea y quiere identificarse en este saber y ver de María, como todo verdadero amigo desea conocer y compartir todo lo de su amigo.
De aquí nace la inmensa irradiación de la propia existencia y la capacidad de hacer presente, con la fuerza del Espíritu Santo, todo el mundo posible y toda la historia: comenzando de los más cercanos,-aquellos que por vínculos de sangre, amistad, trabajo y de interés, conviven a nuestro lado-, para alargarse a todos los que diariamente encontramos en nuestros caminos, en cualquier lugar.
Es más, podemos alcanzar, con nuestra capacidad de memorización, incluso aquellos que se hacen presentes en nuestra vida cotidiana a través de los medios de comunicación sociales, o los libros y periódicos, o los objetos de los que nos servimos, o las huellas que ellos han dejado de su existencia en la tierra: de la misma manera como una fotografía o los objetos de quienes amamos nos los mantienen afectivamente presentes en el espíritu, para ponernos en comunión con cada uno en el infinito misterio de Dios.
Y aquí podemos incluir también a quienes no conoceremos jamás, ni siquiera indirectamente, pero que esperan de nuestra parte un acto de amor: por ellos, por todos ellos (del mismo modo que rezamos al plural el Padre nuestro y en las oraciones litúrgicas), también individualmente continuaremos con María a rezar, interceder, ofrecer, bendecir, alabar, esperar, alegrarnos, reparar…
Es más, en este abrirnos a todos, en comunión con María, cada uno puede desarrollar, como fundamentalmente lo ha hecho y continúa haciéndolo Ella,-una función de representación, un servicio sacerdotal. Como Cristo y con Cristo, como María y “con María”, también nosotros podemos-expresando a la Iglesia-hacer nuestras y consagrar todas las esperanzas y deseos, la justicia y la santidad, los sufrimientos y las cruces, las fatigas y el trabajo de la humanidad: los podemos unir y consagrar “con María” en el único sacrificio de Cristo, para completar lo que aún falta a su pasión a favor de la Iglesia (cf. Col 1, 24) y de la humanidad; y podemos expiar-en el misterio de Cristo, Sacerdote y Víctima, “con María” que es la Madre de todos-las ofensas causadas a Dios y a las personas, que diariamente aumentan el pecado del mundo.
Así, cada lugar en el que uno se encuentra, aunque en soledad, se puebla inmediatamente de presencias, y el corazón se alarga al hoy de la tierra y al futuro de las personas hasta la realización de la historia humana: hasta el día de la vuelta de Cristo, cuando todos compareceremos ante Él para ser juzgados e introducidos en la eternidad.
Es más, precisamente en aquel día piensan los amigos de María, para poder estar junto a Ella con las manos alzadas para suplicar la última misericordia en beneficio de todos. Por esto, teniendo ante los ojos los innumerables hijos de Adán redimidos por Cristo que no han tenido la feliz suerte de conocerle y de amarle, acumulan para todos en las manos de la Madre tesoros de gracias y de méritos, con intenciones precisas, que Dios sabe respetar: para que nadie, al menos en el último día, se vea privado de los méritos del Cristo total, Cabeza e Iglesia.
“Un mundo nuevo”
Los amigos de María se comprometen con Ella por un mundo nuevo, hoy sobre la tierra en una humilde laboriosidad, hasta cuando mañana, en la feliz eternidad, el Altísimo sentado sobre el trono dirá: “Yo hago nuevas todas las cosas” (Ap 21, 5).
El compromiso
Este programa de vida y de acción podría asustar. Pero el Movimiento “A.M.” no se apoya sobre vínculos externos obligatorios, sino sobre la libre entrega de cada uno, consciente del valor que pueden tener incluso sus más pequeñas acciones. ¡Bendecido sea quien pone en manos de María una sola de sus buenas acciones, a favor de una sola persona! Pero feliz quien llegue a hacer de toda su vida un don para todos.
Los medios
El Movimiento “A.M” no tiene obras propias: es idea informante, que empuja a escoger y a vivir de manera intensa lo que tiene mayor valor ante Dios a favor de los hermanos: la S. Misa, los Sacramentos, la Liturgia, la Palabra divina, la adoración eucarística, la oración comunitaria y personal, el compromiso cotidiano de fidelidad al proprio deber, el servicio atento a los hermanos, especialmente a los necesitados, la aceptación de la voluntad de Dios, el ofrecimiento de los propios sufrimientos, el fervor en el apostolado…
Querría recoger y vivir todos los valores redentores, y ofrecérselos a la Virgen a favor de la causa del hombre y del mundo: naturalmente, en su luz y a su lado.
Por esto, conocer a María es una necesidad del alma: porque por medio de Ella se penetra en el misterio de Cristo, se conoce el proyecto de Dios, se comprende el significado del Bautismo y de la vida cristiana, se asumen las dimensiones de la Iglesia.
Y también celebrar a María (sus fiestas, los Sábados, los días dedicados a Ella; el santo Rosario, los ejercicios de piedad en su honor…), y respirar a María, pensando en cada instante en Ella, para inspirarse en su vida y en su actuar; son aspectos esenciales del Movimiento y de todo amigo de María.
El acto de compromiso
Todo amigo de María, una o más veces al día, renueva el propio compromiso con María por medio del “Acto de compromiso”, que lo pone en el corazón del Movimiento y lo fortifica con todos en el mismo ideal.
Acto de compromiso
En nombre y para gloria de la Trinidad Santa,
que te ha querido Madre de Cristo Salvador
y Madre de la humanidad necesitada de salvación,
consciente de mi indignidad,
pero confiando en tu ayuda maternal,
yo, que por el Bautismo
ya vivo en el misterio de Cristo y de la Iglesia,
me pongo (hoy) totalmente en tus manos, oh María:
para caminar contigo,
para cooperar contigo en la Iglesia
a la salvación del mundo,
para llevar hasta su realización
día tras día contigo
mi compromiso de amor y de servicio a los hermanos,
con tu luminosidad de fe,
con tu evangélico testimonio de vida,
con el ímpetu del Amor
con que amas a todos como hijos,
para que también yo los abrace a todos
en tu Corazón,
transformando para ellos,
con la gracia del Espíritu Santo,
mi vida y cada una de mis acciones
en un acto incesante de amor y de ofrenda,
prolongando en mí tu maternidad de gracia,
para el día de hoy y el mañana eterno de todos.
Concédeme, oh Madre,
un profundo conocimiento de tí,
sumérgeme en tus fecundos silencios,
dame tu humilde disponibilidad al Señor
y tu delicada atención hacia los hermanos,
dame tu Corazón para amar,
vive en mí tu ansia de salvar.
¡Amén!
Si leyendo y meditando estas líneas de espiritualidad mariana deseas compartir su ideal y quieres profundizar en él, puedes escribir a:
Centro de Cultura Mariana “Madre de la Iglesia”
Via del Corso, n. 306 – 00186 ROMA (Italia)
Tel. 00-39-06-67 83 490
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